Los sistemas de adaptación son mecanismos que el cuerpo humano utiliza para hacer frente a situaciones estresantes, ya sean físicas, emocionales o mentales. Cuando nos enfrentamos a circunstancias estresantes, el cuerpo reacciona mediante una serie de respuestas fisiológicas y psicológicas diseñadas para ayudarnos a adaptarnos y sobrevivir a esas situaciones. Aquí hay algunas características clave de los sistemas de adaptación:
1. Respuesta de lucha o huida: Esta es una respuesta instintiva del cuerpo ante una amenaza percibida. Se activa el sistema nervioso simpático, lo que provoca la liberación de hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina, preparando al cuerpo para enfrentar la situación (luchar) o huir de ella.
2. Respuesta de relajación y recuperación: Después de enfrentar una situación estresante, el cuerpo necesita tiempo para recuperarse y restaurar su equilibrio interno. Durante esta fase, el sistema nervioso parasimpático se activa, lo que provoca una disminución de la frecuencia cardíaca y la respiración, y ayuda al cuerpo a relajarse y recargar energías.
3. Adaptación a largo plazo: A medida que nos enfrentamos a situaciones estresantes de manera repetida, el cuerpo puede adaptarse gradualmente a ellas mediante procesos como la habituación y la desensibilización. Esto puede ayudar a reducir la intensidad de la respuesta al estrés con el tiempo.
4. Estrategias de afrontamiento: Los sistemas de adaptación también incluyen estrategias conscientes que utilizamos para hacer frente al estrés, como el apoyo social, el ejercicio físico, la meditación, la respiración profunda y otras técnicas de relajación.
Es importante tener en cuenta que el estrés puede ser tanto agudo como crónico, y que una respuesta excesiva o prolongada al estrés puede tener efectos negativos en la salud física y mental. Por lo tanto, es fundamental aprender a manejar el estrés de manera efectiva y buscar apoyo cuando sea necesario.
Cuando nos sentimos cansados, sin energía, no conseguimos concentrarnos en el trabajo o en el estudio o nos enfermamos a menudo, puede ser que nuestro organismo esté frente a un problema de «adaptación»; es decir, dificultad para afrontar situaciones de estrés.
La capacidad de resistencia del organismo puede verse amenazada por las excesivas solicitaciones que provienen del mundo exterior o interior, como situaciones críticas prolongadas a nivel físico o mental: esfuerzo físico excesivo, actividad mental intensa, enfermedades y convalecencia.
Las situaciones que causan el estrés se denominan factores estresantes (o estresores).
Pueden ser de tipo psíquico, como situaciones de estudio intenso, ritmos de trabajo pesados o ambientes de trabajo conflictivos, enfermedad metal, etc.; de origen emocional, como lutos, separaciones, conflictos familiares o laborales; o de tipo físico, como condiciones de agotamiento físico causadas por trabajos extenuantes, actividad deportiva intensa, infecciones, enfermedad crónica.
Un evento estresante puede ser también una condición que altera los ritmos biológicos fundamentales; por ejemplo, la falta de sueño es un factor estresante potente.
El estrés puede provocar síntomas como cefalea (dolor de cabeza), tensión muscular o dolor, sensación de aturdimiento, cansancio persistente, mareo, sensación de no conseguir hacer frente a las actividades cotidianas, dificultad para concentrarse y para tomar decisiones, ansiedad, sensaciones de miedo, insomnio.
A veces el estrés puede manifestarse con trastornos de la conducta: beber o fumar demasiado, irritabilidad, ataques de nervios, agresividad.
Es preciso salir cuanto antes del círculo vicioso del estrés para evitar que dé lugar a enfermedades más serias.
El estrés trastorna la mente y el cuerpo, debido a que las células bajo estrés pierden la sensibilidad de respuesta a los requerimientos de las hormonas y producen sustancias inflamatorias.
Estas sustancias desempeñan una función determinada en el desarrollo de muchas enfermedades, como por ejemplo las cardíacas, el asma y los trastornos autoinmunes.
Es a través de la inflamación que el estrés se convierte en uno de los factores responsables de las patologías más comunes en los países industrializados, como las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, la enfermedad vascular obstructiva crónica (EPOC), las enfermedades intestinales crónicas e incluso el cáncer.
Todo lo que hemos dicho sobre los problemas de adaptación en los adultos se aplica también a los niños.
Sin embargo, estos tienen una capacidad más baja de reacción a los factores estresantes (estresores) como: un luto familiar, la separación de los padres, una enfermedad prolongada, esfuerzos físicos o tensiones emotivas prolongadas (actividad deportiva demasiado intensa, expectativas excesivas de buenos resultados por parte de los padres, episodios de acoso escolar, cambios de escuela).
Otra causa de estrés puede ser vivir en un ambiente familiar o social inestable y poco seguro.
Los síntomas del estrés del niño pueden ser de tipo físico y psíquico.
Los problemas de adaptación son la expresión del esfuerzo que debe realizar el organismo cuando se ve expuesto a una situación crítica prolongada (estrés) que causa una pérdida de la homeostasis (equilibrio).
El organismo expuesto a acontecimientos estresantes continuos inicialmente consigue adaptarse y conservar el equilibrio, pero con el paso del tiempo empieza a desarrollarse una condición de carga alostática, excesiva, que puede dar lugar al deterioro del organismo y a enfermedades.
La falta de adaptación al estrés puede causar múltiples síntomas.
El estrés es una reacción fisiológica de adaptación del organismo «desencadenada» por un cambio externo o interno (acontecimiento estresante), que amenaza la homeostasis del organismo en sí.
El estrés activa modificaciones difundidas del funcionamiento del organismo, que afectan el sistema cardiovascular, el aparato digestivo, los músculos, la piel y el sistema inmunitario.
El estrés agudo es una reacción fisiológica útil para el organismo, mientras que el estrés crónico es muy perjudicial.
El estrés oxidativo es un tipo singular de estrés que afecta a las células y puede provocar daños en el organismo.
Cada vez que el cerebro debe afrontar una situación de peligro inminente (agresión, riesgo de accidente, situación muy problemática, etc.) se desencadena una reacción de estrés típica en la que se ven afectados casi todos los sistemas del organismo.
Los impulsos nerviosos que se originan en el hipotálamo (cerebro) estimulan las glándulas suprarrenales para que produzcan hormonas (como cortisol, adrenalina), sustancias que preparan el organismo para atacar o escapar rápidamente en caso de peligro.
Por ejemplo: el corazón late más fuerte, los músculos se contraen, la tensión arterial aumenta, la respiración se acelera, se suda y los sentidos están alerta.
Es una condición útil pero que, de prolongarse, puede volverse nociva (estrés crónico).
Un estrés muy intenso y persistente puede llegar a provocar problemas físicos y mentales serios.
El estrés en pequeñas dosis nos es de ayuda; nos permite concentrarnos y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros.
Una condición de estrés persistente (p. ej., demasiadas tensiones debidas al trabajo o al estudio, ejercicio físico excesivo, demasiado dolor, tensión nerviosa exagerada), en cambio, provoca un aumento persistente de los niveles de cortisol (una hormona) y la producción de sustancias inflamatorias que favorecen la aparición de enfermedades.
El estrés crónico provoca una carga alostática que contribuye al desarrollo de enfermedades que pueden afectar a distintos órganos (p. ej., del corazón, de los vasos sanguíneos, infecciosas, tumorales, mentales y neurológicas).
Lo mejor para salir del círculo vicioso del estrés es limitar lo más posible los factores estresantes y ofrecer apoyo al organismo para superar el estrés oxidativo.
En este caso es útil realizar una actividad física regular y mantener una alimentación rica en frutas y verduras que contengan polifenoles, sustancias que combaten el estrés oxidativo y que pueden limitar la aparición de problemas de adaptación.
Al contrario de lo que se cree normalmente, los típicos reconstituyentes de vitaminas y minerales, no ayudan a recuperar la homeostasis perdida y en ocasiones pueden incluso crear problemas.
El organismo puede superar las condiciones de estrés oxidativo con la ayuda de sustancias antioxidantes naturales contenidas en las frutas, verduras y numerosas plantas medicinales (p. ej., polifenoles y entre estos los flavonoides).
Los polifenoles ejercen una acción antioxidante muy potente, puesto que pueden neutralizar directamente el radical libre o formar con él un compuesto inactivo (neutralizante del radical) y, además, refuerzan los sistemas antioxidantes endógenos del organismo.
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