El sobrepeso y la obesidad son problemas de salud globales que afectan a millones de personas. Aunque a menudo se consideran cuestiones estéticas, en realidad, representan serios riesgos para la salud. En este artículo, desglosaremos todo lo que necesitas saber sobre el sobrepeso y la obesidad, incluyendo sus causas, complicaciones y estrategias para prevenir y tratar estas condiciones.
El sobrepeso y la obesidad se definen como un peso corporal excesivo en relación con la altura de una persona.
Este exceso de peso se debe a la acumulación de grasa corporal, resultante del aumento tanto en el tamaño como en el número de células adiposas.
Para determinar si una persona tiene sobrepeso u obesidad, se utilizan medidas corporales y el índice de masa corporal (IMC).
Perder el peso de más no sirve únicamente para que la ropa nos quede mejor o para dar la bienvenida a la temporada del bañador, sino para mantener nuestro organismo saludable y ganar años de vida.
La acumulación excesiva de grasa corporal comporta riesgos graves para la salud, y la obesidad se puede considerar una «enfermedad» con una inflamación crónica de grado ligero que favorece la manifestación de otras enfermedades graves y puede influir negativamente en la calidad y las expectativas de vida de quien la padece.
Un peso excesivo puede limitar la vitalidad de una persona, su capacidad laboral o el rendimiento escolar en el caso de los niños, y crear una sensación de aislamiento social.
Las investigaciones científicas más recientes han demostrado que la grasa visceral, es decir, la contenida en el abdomen, puede producir sustancias inflamatorias (conocidas como citocinas inflamatorias) en una cantidad superior respecto a la grasa de otras partes del organismo.
La producción persistente de esas sustancias por parte del tejido adiposo tiene un efecto perjudicial sobre la salud.
Por este motivo, es necesario no sólo saber cuántos kilos de más se tienen, sino también dónde están localizados (perímetro abdominal).
La dieta desempeña un papel crucial en la acumulación de grasa corporal. Consumir más calorías de las que el cuerpo necesita, especialmente a partir de alimentos ricos en grasas y azúcares, puede llevar al aumento de peso. Además, las elecciones y combinaciones incorrectas de alimentos pueden contribuir a este problema.
La falta de actividad física regular es otro factor importante. Un estilo de vida sedentario, caracterizado por largas horas de inactividad, reduce la cantidad de calorías quemadas, lo que puede resultar en un balance energético positivo y, por ende, en el aumento de peso.
La genética puede influir en la susceptibilidad de una persona al sobrepeso y la obesidad. Algunas personas pueden tener una predisposición genética a almacenar más grasa o a tener un metabolismo más lento. Además, factores sociales y económicos también juegan un papel importante. Por ejemplo, las condiciones económicas desfavorables pueden limitar el acceso a alimentos saludables y oportunidades para realizar actividad física.
El estrés crónico puede contribuir al aumento de peso. Muchas personas recurren a la comida como una forma de manejar el estrés, lo que puede llevar al consumo excesivo de calorías. Además, el estrés puede afectar las hormonas que regulan el hambre y el almacenamiento de grasa, promoviendo así la acumulación de peso.
Mantener un peso adecuado depende naturalmente de lo que comemos y de cuánto comemos.
Todos los alimentos que consumimos se asimilan y se transforman en nutrientes esenciales (por ejemplo, la glucosa, los aminoácidos, los ácidos grasos) que pueden ser absorbidos por el intestino delgado.
Los alimentos que contienen polisacáridos no digeribles (fibras alimentarias), como la verdura, los cereales integrales, las legumbres y la fruta, pueden limitar la digestión de algunos alimentos y la absorción de nutrientes, como los azúcares, y propiciar un pico glucémico menos elevado.
Asimismo, ralentizan la absorción de las grasas.
Se pueden obtener efectos similares también con el consumo de complejos particulares de polisacáridos no digeribles.
Para evitar que el peso corporal aumente de manera exagerada y mantenerlo estable dentro de los límites considerados óptimos, a menudo basta con introducir pequeños cambios en los hábitos alimenticios y un poco de actividad física cada día.
Los hábitos alimenticios incorrectos y la falta de actividad están estrechamente ligados al desarrollo de la obesidad.
Las investigaciones indican que ciertas opciones alimenticias correctas protegen de la obesidad (p. ej., comer alimentos ricos en fibra).
A menudo se dice: “para adelgazar debes practicar actividad física regular”.
Practicar movimiento “quema” la grasa y aumenta la musculatura, y en los músculos se encuentran los “hornos” (adipocitos marrones) que nos ayudan a eliminar las grasas.
En estos tiempos, lamentablemente se suele comer de manera desordenada.
La alimentación de muchas personas es demasiado rica en proteínas de origen animal (hiperproteica), en grasas saturadas (hiperlipídica), en azúcares simples (hiperglucídica) y en sal.
Comemos menos alimentos ricos en fibras, calcio y hierro.
Terminamos por comer siempre las mismas cosas, a menudo precocinadas, no tomamos un desayuno adecuado y a veces comemos sobre todo por la noche.
También las comidas entre horas o el picoteo en el bar, las bebidas ricas en azúcar o los snacks delante de la televisión por la noche ayudan a aumentar de peso.
El tejido adiposo de las personas obesas a menudo está inflamado, lo que puede llevar a una resistencia a la insulina, un precursor de la diabetes tipo 2. Esta inflamación crónica también está vinculada a una serie de enfermedades metabólicas y cardiovasculares.
La obesidad es un estado de inflamación crónica de baja intensidad.
Las sustancias inflamatorias, como las citocinas (p. ej., la IL-1 y la IL-6), el TNF-α y los macrófagos (células del sistema inmunitario) infiltran el tejido adiposo.
Las hormonas y las sustancias inflamatorias que produce el tejido adiposo inflamado facilitan el desarrollo de la resistencia a la insulina.
También la pared de los vasos sanguíneos de este tejido adiposo, resulta inflamada, lo que puede dar lugar a daños vasculares en las arterias coronarias y cerebrales.
El sobrepeso y la obesidad aumentan significativamente el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, como la hipertensión arterial, la enfermedad coronaria y el accidente cerebrovascular. La acumulación de grasa, especialmente alrededor del abdomen, puede provocar la acumulación de placa en las arterias, lo que restringe el flujo sanguíneo y puede resultar en ataques cardíacos o derrames cerebrales.
El exceso de peso puede dificultar la respiración y aumentar el riesgo de desarrollar apnea del sueño, una condición en la que la respiración se detiene y comienza repetidamente durante el sueño. Esto no solo afecta la calidad del sueño, sino que también puede tener implicaciones graves para la salud cardiovascular.
La obesidad se ha asociado con un mayor riesgo de varios tipos de cáncer, incluyendo el cáncer de mama, colon, endometrio, esófago y riñón. Aunque los mecanismos exactos no están completamente entendidos, se cree que la inflamación crónica y los cambios hormonales juegan un papel en el desarrollo del cáncer.
Un peso excesivo puede limitar la vida de las personas y su capacidad laboral, causar aislamiento social y, en el caso de los niños, limitar el rendimiento escolar, creando una sensación de aislamiento social.
El término “síndrome metabólico” indica un grupo de condiciones (factores de riesgo) que, si están presentes todas juntas en una persona, aumentan el riesgo de enfermedad de las arterias coronarias, infarto y diabetes de tipo 2.
Estas son la presencia de excesiva grasa visceral, es decir, la contenida en el abdomen (el factor de riesgo más importante), asociada a un mínimo de dos de estos otros 4 factores: aumento de la tensión arterial, aumento de los niveles de triglicéridos, niveles bajos de colesterol HDL (el “bueno”), alteración de la glucemia o diagnóstico establecido de diabetes.
La obesidad es un factor de riesgo principal para la diabetes tipo 2.
El exceso de grasa, especialmente alrededor del abdomen, puede hacer que las células del cuerpo sean menos sensibles a la insulina, lo que lleva a niveles elevados de azúcar en la sangre.
Esto no solo afecta la salud a corto plazo, sino que también puede causar complicaciones a largo plazo como daño renal, neuropatía y problemas de visión.
Si una persona desea conocer su nivel de sobrepeso, no puede basarse únicamente en el peso corporal.
¡No basta con subirse a la balanza para comprender si es necesario intervenir en el peso corporal!
Se deben medir también algunas partes específicas del cuerpo y más precisamente: la estatura, la
circunferencia abdominal y la circunferencia de la cadera.
Según muchos expertos, el Índice de Masa Corporal (IMC o BMI, por sus siglas en inglés) es la medida más precisa para evaluar el efecto del peso en el cuerpo.
Muchos estudios médicos emplean el Índice de Masa Corporal como indicador de las condiciones de salud o de riesgo.
Este índice se calcula con una fórmula matemática (enlace a la calculadora del IMC) que relaciona el peso con la estatura.
Según su valor, se definen las categorías de sobrepeso, bajo peso y obesidad.
Una persona adulta que tiene un IMC comprendido entre 25 y 29,9 se define como una persona con sobrepeso; si el IMC es superior a 30, se define como obesa.
El IMC normal está comprendido entre 18,5 y 24,9; las personas con infrapeso tienen un IMC inferior a 18,5.
Para evaluar el IMC adecuado en los niños se utilizan las tablas de percentiles por edad y por sexo.
El sobrepeso durante la infancia puede tener consecuencias graves y duraderas.
Los niños con sobrepeso tienen un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud como la diabetes tipo 2, la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares a una edad temprana.
Además, la obesidad infantil puede llevar a problemas emocionales y sociales, como baja autoestima y bullying.
Si un niño es obeso a los 6 años, tendrá un 50% de probabilidad de ser obeso también de adulto, y el 70-80% de los adolescentes obesos seguirá siéndolo también en la edad adulta.
El tipo de alimentación que se tiene durante los primeros años de vida y durante la pubertad afecta el desarrollo del tejido adiposo.
Por este motivo, en un niño o en un adolescente que come demasiado y consume alimentos no sanos, se formarán numerosos adipocitos blancos.
Si bien el contenido de grasa de estas células pueda disminuir, el número permanece prácticamente inalterado durante toda la vida.
Es como si durante la infancia y la adolescencia se formara el «almacén de la grasa», que se puede vaciar si se come de forma adecuada y se practica actividad física, pero también se puede llenar fácilmente si se descuida el estilo de vida.
Esto crea una especie de «predisposición» a engordar durante la vida adulta.
En general no se puede usar únicamente el valor del IMC para establecer si un niño o un adolescente es obeso.
Para una valoración más precisa, se debe relacionar el IMC con el género (niño o niña) y la edad (percentil del IMC).
Para determinar el percentil del IMC en el que se encuentra un niño, se pueden utilizar las tablas de los percentiles del IMC por edad y por género (niños y niñas).
Una vez que se ha determinado el percentil, se compara el resultado con los valores ilustrados en la tabla.
Ejemplo: Si el niño tiene un IMC en el percentil 95, es obeso.
En Italia el número de niños y adolescentes con sobrepeso u obesos está aumentando de manera verdaderamente preocupante.
En efecto, el 12,3% de los niños es obeso, mientras que el 23,6% tiene sobrepeso: más de un niño de cada 3, por tanto, tiene un peso superior al que debería tener para su edad.
Al menos 1 millón cien mil niños entre los 6 y los 11 años tiene sobrepeso u obesidad en toda Italia. El fenómeno afecta a todas las regiones, pero es más relevante en el sur.
Para evaluar si un niño tiene sobrepeso u obesidad, se utiliza el índice de masa corporal (IMC).
El problema está tan extendido en todo el mundo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que estamos ante una verdadera epidemia de obesidad..
También en Italia la situación es bastante crítica.
Efectivamente, se estima que, de cada 10 personas adultas, 3 tienen sobrepeso y 1 es obesa.
Casi el 40% de la población entre los 18 y los 69 años tiene un peso superior al normal.
Esta condición es más frecuente entre los hombres (51%) que entre las mujeres (32%) y aumenta con el avance de la edad; efectivamente, en la edad entre los 18 y los 24 años, tiene un peso excesivo el 18% de las personas, y este porcentaje crece hasta el 58% en la franja de edad de los 50-69 años.
El pico glucémico es el valor más alto de la concentración de glucosa en la sangre (glucemia) tras una comida.
Por lo general se produce de una hora a una hora y media después de comer.
El pico glucémico depende de la cantidad y la calidad de los alimentos que consumimos y, sobre todo, del índice glucémico de los mismos.
Cuanto más abrupto es el aumento de la glucemia tras una comida, mayor será la liberación de insulina, una hormona que produce el páncreas y que desempeña una función importante en el metabolismo de los azúcares y de las grasas.
La oscilación excesiva de los valores del pico glucémico estimula una producción irregular de insulina y contribuye a que se acumule la grasa.
El tejido adiposo es la grasa distribuida en las distintas partes del cuerpo y almacenada en numerosas células diminutas: los adipocitos.
Hasta hace unos años se creía que el tejido adiposo era solo una especie de «depósito» de reservas energéticas (es decir, de calorías que consumimos, pero no quemamos).
Sin embargo, en los últimos años se ha llegado a entender que se trata de un verdadero órgano (el órgano adiposo).
La actividad del tejido adiposo se integra con el hígado y el músculo, para mantener constante el nivel de glucemia, garantizar energía a los tejidos del cuerpo (aunque falte alimento) y almacenar los nutrientes en exceso.
El tejido adiposo está formado por dos tipos de grasa: el tejido adiposo blanco y el tejido adiposo marrón, constituidos por células con estructuras y funciones diferentes.
Las paredes del intestino delgado presentan millones de vellosidades que aumentan la superficie de absorción de los nutrientes.
Las vellosidades están recubiertas por los enterocitos, células especializadas en absorber los nutrientes y que, a su vez, llevan en la superficie microvellosidades (vellos pequeños) que forman el denominado «borde en cepillo» y que contienen además enzimas esenciales para la digestión y la absorción de los carbohidratos (azúcares), las proteínas y los lípidos (grasas).
Si entre el alimento y el borde en cepillo se encuentran polisacáridos complejos no digeribles, la absorción de los nutrientes se ve ralentizada, lo cual resulta muy útil en la obesidad.
El sobrepeso y la obesidad son problemas de salud significativos que van más allá de la estética. Comprender las causas, las complicaciones y las estrategias para el control del peso es esencial para abordar estos problemas de manera efectiva. Adoptar un enfoque holístico que incluya una alimentación saludable, actividad física regular, manejo del estrés y monitoreo regular puede ayudar a mantener un peso saludable y mejorar la calidad de vida.
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